14 jun 2008

Y EL VERBO SE HIZO CANTO : YO NO PUEDO CALLAR

Por Carlos mejia Godoy

El año 1967, al regresar de Alemania, empecé a vincularme con el FSLN, a través de su brazo juvenil, el FER (Frente Estudiantil Revolucionario). Esta relación natural se dio, en el ambiente universitario, especialmente en la UNAN MANAGUA. En el AUDITORIO “FERNANDO GORDILLO”, se celebraban –eventualmente- Festivales de Música Testimonial (para no utilizar el clisé “canción-protesta” término acuñado por las transnacionales discográficas. En ese contexto de alegre rebeldía, antes de cumplir mis veinticinco años, empecé a mostrar mis primeras trovas de acento social y político.

Y así, mientras despuntaba en Radio Corporación con mi programa de parodias “Corporito”, trovador de la vieja y la nueva ola, iba perdiendo el temor de cantar en público aquellos temas, algunos de los cuales aún permanecen inéditos:”Desde Siuna con amor”, “Fulgencio el carretero”, “Rompe el arado rompe”, Señor Juez de Mesta” y la que dediqué a Doris Tijerino Haslam, torturada en las cárceles del somocismo:”Muchacha del Frente Sandinista”

Cuando se organizó en San José de Costa Rica el Primer Festival de la Canción Centroamericana, me pareció una gran oportunidad para enviar una de mis primeras canciones comprometidas con la realidad de nuestros pueblos. Asi nació “Yo no puedo callar”. Para interpretarla, elegí a una joven cantora, que surgió a fines de los sesenta, animada por el inolvidable promotor Luis Méndez. De la misma generación de Lucha Ordóñez y Perla Blandón, Consuelo Espinoza estaba dotada, no solo de una voz firme y segura, sino de un temperamento sobrio, coherente con su estampa de “chavala llana y silvestre”.

Luciendo un bluyín azulón y una cotona de manta, descalza y con el pelo suelto, Consuelito defendió con garra y sentimiento los versos de una canción que, exenta de pretensiones, sólo quería expresar un mensaje absolutamente sincero, acorde con los anhelos libertarios de nuestra juventud.

Para suerte nuestra, el arreglo orquestal lo hizo un chavalo de escasos veinte años, que se estrenaba como director de orquesta: Allen Torres, quien no quiso cobrar un centavo por c rear una compleja partitura para ochenta músicos sinfónicos. Desde que nuestra cantora arrancó con la primera estrofa, una ovación empezó a crecer desde las gradas. Y a pesar de que la favorita del Festival era una dama conocida como Claudia de Costa Rica, dueña de una voz operática impresionante, Consuelo se robó el cariño del público.

Y lo más dramático fue que, cuando el Jurado calficador anunció que Claudia era la triunfadora, la gente –que colmaba el Estadio Saprissa de San José, saltó al terreno a protestar y a levantar en hombros a nuestra compatriota.

Lejos de nuestra tierra natal, con esa experiencia inolvidable, estabamos echando al surco la primera semilla de lo que habría de germinar años más tarde: La canción popular al servicio de nuestra liberación

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