4 feb 2009

LA VIEJECITA DE MOZAMBIQUE

(Homenaje al P. Victoriano Arizti)
Por: Carlos Mejía Godoy

Aquella mañana soleada de Abril de 1977, íbamos, los Palacagüina, mi esposa Evelyne y yo, como en una lata de sardinas, a bordo del Seat que condicía el sacerdote Victoriano Arizti. El cura vasco había bajado de Vitoria a Madrid, para celebrar con nosotros el contrato con la CBS, para el lanzamiento de nuestro primer disco internacional.

-Veis aquellos picos nevados?- preguntó Victoriano señalando las montañas del norte madrileño. –Hacia allá nos dirigimos, para que estos indios nicaragüenses conozcan la nieve-. El cura enrumbó su carrito hacia Navacerrada. Pero al pasar por Plaza España, nos relato una anécdota, que yo jamás olvidaré.

-Este es el monumento a Cervantes. Ahí está el escritor sentado. Tras él, cada uno en su cabalgadura, los dos personajes de su famosa novela: Don Quijote y Sancho. Pues bien –prosiguió Arizti- aquí me detuve hace algunos años y, con una bolsa plástica y una cuchara, recogí unos gramos de tierra, para llevarlos a una mujer española, que desde hace cuarenta años vive en ese país africano. Esa anciana madrileña, posiblemente jamás regresará a su país y me pidió que le llevara esa “tierrita”, para que se la pongan junto a su féretro el día que muera…

Todos quedamos impactados por aquella historia estremecedora. Pero, a partir de ese momento, cierto cantor somoteño, no tuvo sosiego. Hurgué en mis bolsillos un trozo de papel y empecé a aliñar el primer verso de una nueva canción:

Yo soy Victoriano, trotamundo vasco
Llegué a Mozambique buscando una flor….

En Navacerrada, mientras los Palacagüina, añoraban una botella de sirope de tamarindo para prepararse un mega-raspado, yo me retiré a seguir escribiendo, lo que en un inicio me parecía un tango y, al final, resultó un valsesito de pura cavanga.

Aquella noche, después de la cena, diseñamos la sorpresa. Mi esposa Evelyne preparó las condiciones idóneas. Invitamos a Victoriano a tomar un coñac en nuestra habitación y sin mayores preámbulos me puse el acordeón y le dije al cura .Te suena esto,hermano?. El padre Arizti tenía los ojos húmedos, al escuchar su historia convertida en canción. Así nació este homenaje a un hombre extraordinario, que –desde la más lejana galaxia- sigue amando a Nicaragua.

Fallece Victoriano, el trotamundo vasco






END - 21:07 - 03/02/2009

Toda una época parece haberse ido con la muerte del sacerdote español Victoriano Arizti. Quizás, muchos no recuerden a este clérigo, empero, con sólo escuchar las primeras letras del canto “La viejecita de Mozambique”, el nombre se vuelve conocido, querido, entrañable.

“Yo soy Victoriano, trotamundo vasco”, dice el tema de Carlos Mejía Godoy, donde se relata el drama de la viejecita.

Y Victoriano falleció víctima de un cáncer en la próstata. Sin la presencia del noble religioso, tal vez nuestro compositor no hubiese alcanzado en tan poco tiempo los escenarios españoles.

Mejía Godoy al ser consultado por EL NUEVO DIARIO sobre el deceso del hombre que fue decisivo para él cuando llegó a España en 1977, dijo que “nos abrió las puertas de la discografía española, y, prácticamente, nos mantuvo allá durante tres meses hasta que firmé el contrato con la CBS”.

El sacerdote falleció el pasado sábado. Durante su vida amó mucho a Nicaragua. “El tema musical de La viejecita lo escribí cuando él me contó la historia y lo grabé en España. Fue el segundo disco titulado ‘La nueva milpa’”.

El primer disco que se llamaba “El Son nuestro de cada día” lo grabó en 1977. El tercer disco, “Monimbó”, lo grabó en el 79 cuando Nicaragua estaba en plena insurrección.

El hombre que trajo a Nicaragua al sacerdote Arizti fue don Carlos Mántica, dueño de los supermercados La Colonia.

El sacerdote hizo muchos amigos en Nicaragua, de los cuales varios se han muerto, como Erwin Krüger y Tino López Guerra, y los que quedan vivos son pocos, como Fabio Gadea Mantilla.

Carlos nunca se impone límites de tiempo para componer una melodía. A pesar de eso, cuando escuchó la narración de Arizti, ya la canción empezaba a sonar, y la idea, el ritmo, el inicial tango, no le dejaba en paz, hasta que “de un tirón”, como nos afirma ahora, dejó lista la formidable pieza musical. “Empecé a trabajarla inmediatamente”, dice el compositor. Y “La viejecita…” terminó siendo un vals que ya nadie dejaría de agradecer al autor haberla creado.


Parada militar para un trotamundo vasco

En los primeros días del triunfo de la revolución nicaragüense llegó a nuestro país el sacerdote Arizti. Cuando iba por la Carretera Sur, un retén del recién creado Ejército Popular Sandinista detuvo el vehículo y pidieron identificaciones a los ocupantes. El empresario Carlos Mántica se presentó y enseñó sus documentos, y cuando los soldados preguntaron por la identidad del religioso, les dijo: “Yo soy Victoriano…”.

Uno de los soldados le dijo: “¡Como el de la canción!”, a lo que de inmediato, Arizti le aclaró: “¡Yo soy el de la canción!” El sacerdote sacó el pasaporte, y de inmediato, enterado el oficial de la garita, llamó al resto de los hasta hacía poco guerrilleros, los puso en fila y ordenó: “Vamos a hacer unos disparos, en honor a Victoriano, el trotamundo vasco”.

En la noche, en un pasaje inolvidable de su vida que siempre recordaría el noble vasco, por primera vez, un sacerdote recibía la insólita parada militar de un Ejército naciente. ¿Dónde podía ser aquello? ¿En España? ¿en Mozambique? No,
sólo en el sueño de lo que una vez quiso ser Nicaragua…