16 feb 2009

El habla nicaragüense en la creación musical de Carlos Mejía Godoy

(Discurso de bienvenida, por su ingreso a la Academia Nicaragüense de la Lengua como miembro correspondiente, a Carlos Mejía Godoy)
Róger Matus Lazo

Aunque lo conocía de cerca por sus canciones que armaban alboroto en el corazón de las multitudes, no fue sino hasta 1975 cuando tuve trato personal con Carlos Mejía Godoy. Fue en mi pueblo natal, San Pedro de Lóvago, un pequeño paraíso de mujeres bellas y gente humilde y honrada, enclavado en el corazón de Chontales. Hasta allá llegó Carlos para entrevistarme sobre un tema que le sigue dando vueltas y revueltas en el guacal de la cabeza: el habla nicaragüense. Yo acababa de publicar mi primer libro sobre el habla del ganadero chontaleño y don Pablo Antonio Cuadra, a quien le había enviado un ejemplar, lo había dado a conocer con gran despliegue en La Prensa Literaria.

El interés de Carlos, sobre todo, era grabar para retransmitir en su programa dominical de Radio Corporación algunas “descripciones” del habla del ganadero chontaleño registradas en el libro; por ejemplo: “Cómo castrar un toro”, “Cómo escogen el nombre propio a una vaca”, “Una fiesta patronal”, “Una fierra”, “Un rodeo”, “Un caballo campisto”… Así pude disfrutar, pocos días después y en la propia voz de Carlos, las expresiones espontáneas del chontaleño que adquirían con el tono y la picardía del cantautor toda la fuerza y la expresividad del habla de aquellas gentes.

Dice un lingüista sueco, Bertil Malmberg, que la lengua es la persona. No se puede conocer a la persona si no se conoce su lengua. Por eso, muchos investigadores del habla nicaragüense --nacionales y extranjeros-- han realizado importantes estudios sobre nuestra manera de decir las cosas como las decimos y como mejor nos parece que las decimos, es decir, con las palabras y expresiones que nos sirven mejor para expresar y sobre todo representar una realidad que está en lucha con el hombre y con la vida.

En Nicaragua, muchos estudiosos de nuestra habla han incursionado en investigaciones varias, desde Juan Eligio de la Rocha (1859) – el primer investigador de nuestras lenguas indígenas y el primer gramático nicaragüense- hasta la doctora María Auxiliadora Rosales Solís con su Atlas lingüístico (2008), una obra pionera que describe científicamente cómo pronunciamos el español en Nicaragua.

Y hay también escritores –poetas y sobre todo narradores- que no estudian la lengua como expresión viva de una colectividad, sino que se imponen la faena de escribir sus obras en las que tratan de recrear hechos y vivencias del pueblo, poniendo en boca de sus personajes esa habla y esa manera de ser que los identifica y define en sus costumbres y creencias y valores.

Porque no hay que olvidar que la cultura popular ha sido la base del resto de nuestra cultura, y que ha sido la gente de los pueblos, a pesar de esa condición de iletradas con que se les suele etiquetar, las que se han afanado en conservar todo ese patrimonio en su memoria y se han encargado de pasarlo de boca en boca, de generación en generación, hasta entregarnos con sus modos de vida, sus costumbres y su lengua un verdadero acervo cultural.

Es evidente que las canciones no son lo mismo que la literatura. Los modos de recepción y la naturaleza misma de ambos discursos son diferentes. El ámbito cultural en el que se inscriben es, asimismo, distinto. Modernos estudios consideran la canción popular como un vehículo importantísimo de cultura, cuyo análisis permite arrojar luces acerca de fenómenos identitarios, psicosociales, políticos, antropológicos, estéticos y lingüísticos de la sociedad en que surgen. En el cancionero es posible encontrar fragmentos alternativos de historia cotidiana, identificar elementos significativos del imaginario colectivo, y hasta rescatar textos y expresiones populares.

Éste es el aspecto que nos interesa por ahora destacar en Carlos Mejía Godoy: el habla nicaragüense en su creación musical. Porque, consciente de la importancia y valor del uso del habla del pueblo, Carlos recurre a este expediente insustituible para exteriorizar las interioridades de una colectividad, poniendo en boca de sus personajes el habla descarnada de nuestro pueblo, que aprende la lengua a su modo: afirma sus gustos y preferencias, selecciona según su criterio y recurre a las formas que mejor se acomodan a sus posibilidades expresivas. Rasgos de una oralidad que, lejos de censurarse con criterios normativos, merece todo el respeto como expresión auténtica de una cultura, la cultura popular.

“Quiero empezar explicando que no soy filólogo, ni erudito en cosas de la lengua”, nos cuenta Carlos. “Simplemente, soy un profundo enamorado del habla popular nicaragüense”, continúa. Y luego, como quien no quiere la cosa, agrega: “Y a lo único que me he atrevido es a insertar en los versos de mis canciones: palabras, modismos, refranes… es decir toda la magia verbal que he recogido en estos treinta y cinco años de trova y juglería popular a lo largo y ancho de mi Nicaragua”.

Una declaración de principios que tiene su razón de ser en una fecunda y versátil creación musical, un recorrido asombroso todavía no superado por ninguno de nuestros mejores compositores: desde “Alforja campesina”, el son nica inaugural y su primer galardón artístico en el Colegio “Calasanz”, cuando apenas frisaba los dieciocho años, hasta la más reciente composición “La Nicaragua linda”, una balada inédita que se junta con el son nica. Pero entre una y otra, hay más de cuarenta años de prodigio musical; porque valses, polkas, corridos, pasillos, rancheras, habaneras, mazurcas, sones de pascua, sones de toros y muchos otros ritmos han recorrido los caminos de Nicaragua y el mundo, y han entrado en los hogares y han llenado las calles y parques, y han remontado el vuelo de la gloria.

Sus personajes - reales o inventados - lo atestiguan, sobre todo aquellos a quienes pinta y repinta con el color de la tierra y los menciona con designaciones cariñosas, eufemísticas o afectivas: La Maruca, Lencho y Mincho (en Navidad en Libertad), la Tula Cuecho, Tata Bucho, Chinto Jiñocuago, Panchito Escombros y Quincho Barrilete (en las canciones homónimas), Mingo (en María de los Guardias), Chu Zabaleta y la Colacha (en La guitarra y la mujer), Chepe Pavón (en El Cristo de Palacagüina), Pancho Cajina y La Pilucha Bonilla (en Panchito Escombros), Licho Mondragón (en La quebradita), la Tencha Alanís y la María Teté (en Antojitos nicaragüenses), Chepe Salmerón y Mundo Sandoval (en Comadre, téngame al niño), Chico Toval (en Que viva Managua), Mercho Moraga y la Nacha Bustillo (en El chiripazo), la Conchita Pravia (en Cuando la Marucha llegó al Cielo), don Nelo (en La hacienda de don Nelo), Chente Urroz (en Fulgencio el Carretero) y la Moncha (en Beatriz la meretriz).

Su doble vertiente artística --la culta y la popular-- se funden en un solo canto, pero con la lengua del pueblo, que es la que ha aprendido de las gentes de todos los caminos de Nicaragua y es también su lengua habitual y su auténtico modo de decir. Pero su garganta, que se nutre de esos hallazgos espontáneos del habla nicaragüense, prefiere primero partir de la raíz, de la voz indígena. Porque la lengua materna de la primera generación de mestizos era la materna, la lengua madre –la de la madre- la lengua de sus madres, la madre indígena, la lengua indígena. Así encontramos en las canciones de Carlos voces del maya (como chele), del ulwa (como cavanga) y del mangue (como ñeque).

Pero es el náhuatl su verdadera fuente nutriz. Y la primera palabra que anotamos es pepenar, un verbo que los conquistadores se apuraron por aprender para poder designar la acción de recoger frutos y cosas menudas; los adjetivos alaste, celeque, chingo y jayán, esa voz que compartimos con los salvadoreños; y sobre todo los sustantivos huacal, cotona, comal, molote, chinamo, pinol, jilinjoche, maritates, tayacán, talalate, pacha, chigüín, una chicharra llamada chiquirín y tapesco, ese vocablo que aparece muy bien plantado en el hijo adoptivo de la Carmen Aseada:

Por Cristo que sos mi mamita y esto de agorita no puede salir
Acostate hijo en el tapesco tranquilo y el resto dejámelo a mí (La Carmen Aseada)

No hay lengua que tenga voces para todo y por eso Carlos recurre al préstamo lingüístico para llenar una necesidad idiomática o matizar semánticamente un vocablo como este que empleamos a cada rato y que tiene su lugar en La Tula Cuecho:

Si está inspirada de una sentada/Destruye la honra del más haylaif (La Tula Cuecho)

O voces del deporte como tubey y jonrón, peleas como clinche, la metiche Gringolandia, el chequearse que decimos desde que amanece, el omnipresente cachimberboy y estos dos en Beatriz la Meretriz:

Will Potoy, Miami-boy/Acaba de venir de la Yunai (Beatriz la Meretriz)

Otro recurso importante de Carlos es el empleo de palabras anticuadas en lugar de otras de uso contemporáneo. Son arcaísmos que reviven usos desaparecidos de la lengua común, para lograr efectos de enriquecimiento lexical o describir ambientes rurales o recrear épocas pasadas o caracterizar personajes populares:

Venía cantando/No sé qué tonada cuando yo la vide (Cuando yo la vide)

O el adverbio agora, en lugar de ahora:
Por Cristo que sos mi mamita y esto de agorita no puede salir (La Carmen Aseada)

O el adverbio enantes, en lugar de antes:
Enantes perdí la inocencia/Por las inquirencias del teniente Cosme (María de los guardias)

Figuran también americanismos de uso corriente en el habla popular nicaragüense como ruletero, macanudo, chúcaro y tata; y centroamericanismos como fajarse, guaro, bolo, caite y este bayunco de la Tula Cuecho:

…que tenés la maña de hacerle caritas a cualquier bayunco… (La Tula Cuecho)

Y no faltan voces ya muy poco empleadas como descoger; o palabras que van desapareciendo como alistado y carrilera; o términos del malespín como pofi; u onomatopeyas como la expresiva rifi-rafa; o vocablos que designan defectos o imperfecciones como ñajo, chueco y estos tres que van en fila:

Así pispireto, mancuncho y corneto/Me quiero casar (Antojitos nicaragüenses)

El lenguaje --como la vida misma-- está constantemente haciéndose y rehaciéndose en un proceso dinámico de renovación y cambio.

Porque una lengua no es algo ya hecho, un producto estático y acabado, sino un conjunto de “modos de hacer”. Y es que los hablantes, en su enfrentamiento con la realidad cotidiana, requieren a veces designar objetos, hechos, etc. Es decir, “realidades” que necesitan ser designadas porque son nuevas o porque se han ido matizando de nuevas significaciones De modo que no sólo la creación de nuevas cosas da lugar a nuevas palabras, sino que también el surgimiento de nuevas necesidades expresivas entre los hablantes, quienes colorean las mismas palabras existentes en la lengua con matices generalmente cargados de afectividad, que es –como afirma Vicente García de Diego- “creadora y rectora del lenguaje y de la vida”.

El cambio que experimenta un término es, como afirma Dubois, “la característica más importante del lenguaje”. Y el nicaragüense, como sabemos, es un gran creador de palabras y expresiones urgido siempre de nuevos significados, y un especialista en resemantizar vocablos y ampliar los sentidos para ajustar matices y recrear posibilidades expresivas; un recurso lógico y utilísimo en la lengua como instrumento de comunicación en toda la extensión del dominio lingüístico, y un procedimiento eficaz para su enriquecimiento y desarrollo.

Por eso nos llama la atención el empleo de voces con un nuevo contenido semántico como chiripa, que hemos usado como un golpe de suerte y que nuestro cantautor le asigna un nuevo significado. Y todo porque la Juana María salió embarazada por pura chiripa. Oigamos a Carlos:

Ya está con achaques y con vascas secas la Juana María
Ya tiene pelones los mangos celeques y los marañones
Desde que le viene creciendo y creciendo la enorme chiripa (El chiripazo)

Encalichado es un adjetivo, a nuestro entender, que tiene dos acepciones: uno, que anda con algunos tragos entre pecho y espalda, y dos, rellenos de los enladrillados. De aquí toma Carlos la base para el nuevo significado que emplea en la “Comunión”, de la Misa Campesina:

Los pescaditos del lago/Nos quieren acompañar/Y brincan a todos lados/Como encalichados/de fraternidad (Comunión de la Misa Campesina)

La lengua culta responde más al criterio de unidad hispánica, y se somete con mayor disciplina a las normas que aseguran esa unidad. Pero la lengua popular y familiar tiene un color local y es más vivaz y espontánea, pero sobre todo viva y por eso afectiva: está íntimamente ligada a nuestras emociones y voliciones, ansiedades y temores. ¿Cómo Carlos recoge del pueblo esas emociones y las expresa en su canto? Oigámoslo en Cuando yo la vide:

Todo tembeleque/Vi de refilón su linda pantorrilla/Quedé cecereque/Con el movimiento de su rabadilla.


Y es que para expresar los hechos, muchas veces deforma las ideas y las palabras para acomodarlas a sus propias necesidades de expresión:

Cuando yo la vide Dios mío qué embrollo/Sentía el pellejo como carne-pollo

Y Carlos recurre a la exageración, una característica del hablante nicaragüense, en un afán de impresionar al interlocutor, de impactar su sensibilidad, de encender su imaginación como impulso creador de nuestra lengua:

Al tenerla cerca me puse zurumbo/Palabra de honor que se me jueron los pulsos.


El susto, la sorpresa, el miedo, la ternura... los distintos estados de ánimo suelen reflejarse en el lenguaje, con los casi infinitos matices de la entonación, la gradación vocálica y la repetición de palabras y frases:

Yo quise decirle:/Te llevo morena a los santos altares/Pero fue imposible/Pues me charchaleaban todos los hijares/. (Cuando yo la vide)
Después del terremoto de 1972, Carlos Mejía Godoy fundó el “Taller de Sonido Popular” junto con Humberto Quintanilla, Milciades Herrera, Enrique Duarte, Silvio Linarte y Pablo Martínez Téllez (El Guadalupano); luego, se integró a las “Brigada de Salvación del Canto Nacional”, en un esfuerzo por el rescate interpretativo de muchas piezas folclóricas, una de las aportaciones más importantes –como afirma Jorge Eduardo Arellano- de la extraordinaria labor musical de Carlos Mejía Godoy, “el más fecundo de los compositores nicaragüenses durante la segunda mitad del siglo XX y nuestro cantautor de mayor proyección popular e internacional”.

De esa época data una de las mejores canciones de nuestro folclor, por su carácter anónimo, tradicional y espontáneo. Nos referimos a Son tus perjúmenes, mujer, rescatada por “Los Bisturices Armónicos”, ese grupo musical que integraron tres prestigiados médicos: César A. Ramírez Fajardo, César Zepeda Monterrey y Wilfredo Álvarez. Pero fue con Carlos con quien la pieza adquirió verdadera difusión nacional e internacional. Así supieron en España lo que es el soripello y el sulivello:

Tus labios, tus labios pétalos en jlor,/Como me soripellan (Son tus perjúmenes mujer)
Son tus perjúmenes mujer,/Los que me sulivellan (Son tus perjúmenes mujer)

Ángel Rosenblat nos recuerda que Rufino José Cuervo (1844-1911) señalaba en Bogotá el término perfumen y que encontró en una edición española de 1704 el plural perfúmenes. Nuestros campesinos dicen perjúmenes. Se trata de un cambio de sonido “f” por “j”, fenómeno común en el habla popular de Nicaragua, como el adjetivo juerano (foráneo), el adverbio ajuera (afuera) o el verbo ajueriar, que no es otra cosa que ir a hacer las necesidades fisiológicas en una burra de monte o detrás de unas matas de chagüite.

Pero esto de perjúmenes se me parece un poco a infórmenes, que se documenta también en otros países hispanoamericanos, como Venezuela. Rosenblat, en sus Estudios sobre el habla de Venezuela, nos refiere una anécdota. Resulta que a un poeta humorístico de fines del siglo XIX, Alejandro Romanece, lo acusaban de ser autor de una hoja anónima. El Gobernador de Carabobo lo convocó a su despacho:

-Tengo infórmenes de que usted escribió el anónimo.
-Esos son chísmenes, General.

Resulta agotadora la tarea de inventariar todos los nicaragüensismos y aquí nos limitaremos solamente a mencionar el sustantivo rafaila:

Batime un pinol Micaila /Porque a vos te gusta /Mover la rafaila (Batiendo pinol)

El verbo carriliar:
Por pura chiripa sin querer queriendo la fui carriliando (El chiripazo)

Y el adjetivo timbuco:
La Carmen cuidaba al timbuco / le daba bejucos y raíces de amor /Quería que el chigüín la amara/ cuando él arrimara/ a los quince de edad (La Carmen Aseada)

Para mencionarlas y sobre todo distinguirlas, el ganadero chontaleño acostumbra poner a sus vacas un nombre propio. Y para ello, cuenta con varios recursos. Cuando la vaca pare por primera vez, la conducen al corral con la cría y allí la “bautizan”, como dicen ellos. El nombre va a responder o a reflejar una característica sobresaliente en la res: La Bondadosa (si es mansa), La Cucaracha (si es baja), La Frontina (si tiene una manchita blanca en la frente), La Cabra (si tiene los cuernos hacia arriba), etc. Pero oigamos los nombres de las vacas de la hacienda de don Nelo:

La Blanca Reina, La Negra Lora, La Hermosa Dama, La Guitarrona, La Nagua Chinga, La Cachito Izquierdo, La Come Guangoche, La Revienta Pial, La Tres Pedos, La Calzón Flojo, La Güegüenchona, La Culo Loco, La que Hace Jí, La Siete Pañuelos, La Pasaste a Creer, La Sentate Bien y La Volveme a Ver de Lado. (La hacienda de don Nelo)

Se necesita, como dicen los campistos chontaleños, ser caballo juelguero para tener tanto juelgo en el pecho retenido. Por eso, esta noche – y con la humildad que me caracteriza- quiero decirles a todos ustedes que no es que me importe:

“… meterme en tu vida, pero me di cuenta que ya la barriga te viene creciendo desde que Rosendo te jugó maraña, que tenés la maña de hacerle caritas a cualquier bayunco y que hasta el cusuco de la sastrería te hizo ya el mandado hace varios días, que sos la más zángana de Zaragoza, que me parta un rayo si es falsa la cosa, pues me han confirmado que sos pispireta, que tenés dos niños de Chico Chancleta, que a don Seferino le robaste un radio, que fuiste mujer de Lorenzo y Eladio y mejor no sigo mencionando jaños, pues la agitación sólo produce daño y con esto basta para todo el año.” (La Tula Cuecho)

Bienvenido, Carlos, a esta Casa que lo recibe con honores. Recibamos, amigas y amigos, a este “trovador moderno –como dice nuestro Director - que hoy continúa vivo y constituye uno de los baluartes humanos de nuestra identidad”.

Carlos, un juglar contemporáneo

Guillermo Rothschuh Villanueva
END - 18:05 - 15/02/2009

El regreso de Carlos Mejía Godoy a Radio Corporación para relanzar treinta y tres años después El son nuestro de cada día, constituye un reencuentro con sus raíces. Desde esta radioemisora insurgió a la vida nacional, como uno de los máximos compositores del canto nicaragüense. Su paso por la Corporación y su temprano involucramiento en la creación de diversos programas, siendo el más trascendente Corporito, marcaron de manera determinante su futuro artístico. Carlos adquirió una desenvoltura y una gran versatilidad en el dominio de la parodia, al extremo de constituir este programa la antesala de su compromiso como cantor revolucionario.

La explosividad de las parodias se percibe mejor a través de la multa impuesta en 1971, por el jefe de Radio y Televisión de la Guardia Nacional, Mayor Alberto Luna. Carlos hizo un arreglo musical para denunciar las torturas físicas y sicológicas a que eran sometidos los presos políticos, en las cárceles de la temible Oficina de Seguridad Nacional (OSN), ubicadas en la Loma de Tiscapa. La Chimichú, como había sido bautizada la picana eléctrica, era uno de los instrumentos utilizados para romper el equilibrio emocional de los prisioneros. Los cuartos fríos, donde permanecían desnudos y las zambullidas asfixiantes en las pilas de agua, se conjugaban en todas sus modalidades. ¡Cantá papito, cantá! Conminaban los guardias. En toda América Latina era igual. ¡Y ahora canta! Como recuerda la canción gritaban a Víctor Jara, los esbirros de Augusto Pinochet, al cortarle las manos, sin que jamás pudieran interrumpir su canto.

Cuando Carlos hizo su propia versión de La Chimichú, asestó un contragolpe. “Arre que llegando al caminito/ arre que ahí trae el dientoncito, la Chimichú./ La Chimichú es un aparato tan bonito/ y tan barato que después de un corto rato/ a cualquiera hace chillar...”. El arreglo musical fue una descarga eléctrica de diez mil voltios en los oídos del General Samuel Genie, jefe de la Oficina de Seguridad. Carlos entró en la lista de los proscritos. Le impusieron una multa de diez mil córdobas, que generó una ola de solidaridad. El poeta Pablo Antonio Cuadra alzó su voz. Entre la pistola y la guitarra, denominó el poeta a su Escrito a Máquina, señalando que en Nicaragua, cuando el Estado “toma la iniciativa, es para pisotear valores humanos. Para dejar caer, como en el caso presente, una aplastante multa faraónica sobre la débil resistencia de una guitarra”. Para advertir conmovido, si en “tiempos de Nerón se extinguió la sátira en Roma. En tiempos de Stalin dejó de existir la sonrisa en Rusia...¿En tiempos de Somoza dejó de existir el canto en Nicaragua?”

Durante cuatro años Carlos mantuvo con vida a Corporito, a la par creó El Son nuestro de cada día, con un impacto y una trascendencia significativa entre los guerrilleros sandinistas, involucrados en la lucha revolucionaria en las montañas de la zona norte del país, como justamente lo reconoce Omar Cabezas Lacayo, en La montaña es más que una inmensa estepa verde. Ese mismo impacto tuvo entre el pueblo nicaragüense que luchaba por librarse de la tiranía somocista. Esa época histórica lleva la impronta del canto de Carlos Mejía Godoy, el máximo compositor e impulsor de la música revolucionaria en Nicaragua.

Paralelamente al programa radial, Carlos creó la Brigada de Salvación del Canto Nicaragüense, una iniciativa en la que participó Wilmor López, quien ha persistido a través de los años en recopilar la música de los más diversos y variados compositores. En esta empresa también hicieron lo propio Los bisturises armónicos. Contagiados por los mismos sueños, Pablo Antonio Cuadra, Chale Mántica, César Ramírez, Wilfredo Álvarez y César Zepeda Monterrey, en animadas tertulias reforzaban su empeño por rescatar del olvido a la música nacional. Con extremado celo Carlos y Wilmor resguardan esa enorme parcela de nuestra memoria histórica. Carlos daba continuidad de esta manera a los trabajos pioneros de Pablo Antonio Cuadra, Joaquín Pasos y del más completo recopilador del canto nicaragüense, Salvador Cardenal Argüello.

Carlos también se encargó de crear los Talleres de Sonido Popular. La Corporación servía como vehículo para dar a conocer a quienes participaban entusiasmados, en elevar su voz dentro del canto nacional. Dos de los grupos más representativos lo constituyen Pancasán y Nueva América. Carlos decidió irse a vivir a Nejapa junto al Indio Pan de Rosa. Como resultado del trabajo desplegado por Los Talleres de Sonido Popular brotó La misa campesina, que conmemora 34 años de ser la más alta expresión del canto revolucionario, inspirada en la visión de un Cristo proletario nacido en Palacagüina, de Chepe Pavón y una tal María, que encumbró a Carlos como uno de los compositores de mayor arraigo en América Latina.

A Los bisturises armónicos se debe el gran hallazgo de Son tus perjúmenes mujer, pero fue Carlos quien la convirtió en una canción emblemática, con resonancias en el ámbito de toda el habla hispana. En España, Son tus perjúmenes... impactó por lo pegajoso que resulta este Fox-trot y gracias al impulso del conductor del programa de televisión Lengua viva. La acogida de Los perjúmenes... en la Península Ibérica fue absoluta, batió récord entre la audiencia musical, desplazó a Los Bee Gees y a Julio Iglesias de los primeros lugares de taquilla, colocándose entre las canciones más cotizadas, como lo registró la revista Hola en su momento. Los perjúmenes... pasaron desde entonces a formar parte de La historia del fox español. José Ramón Pardo consideró dicha composición como parte integral de la música popular española.

Carlos se abrió espacio en España con Clodomiro El Ñajo, El Cristo de Palacagüina, interpretado por Elsa Baeza, y María de los Guardias, cantada por Maciel. Carlos adquirió, gracias a su canto, carta de ciudadanía española. La misa campesina llegaría después. Incubada en el vientre de Los talleres del Sonido Popular, Carlos invitó a diversos compositores a enrolarse en esta iniciativa y el único que logró aportar creativamente fue Pablo Martínez Téllez, El Guadalupano. Como todo artista, Carlos ha expresado que un creador no nace de la nada y se debe a múltiples influencias. La deuda con su padre y sus vínculos con Somoto son determinantes. Su canto empalma con esta región de Nicaragua. Somoto es el punto de partida, la atalaya desde donde divisa el mundo. Leandro Torres le enseñó a rasgar la guitarra cuando bajaba de la montaña los domingos y Mundo Sandoval le abrió el corredor fronterizo con Honduras. Somoto es punto de confluencia. El hijo pródigo se resiste a dejar su hogar.

Carlos debe mucho también a quienes le precedieron y abrieron las compuertas al canto nacional. Gustavo Latino, con su programa radial Retablo Folklórico Nicaragüense, le brindó su aliento, aunque a quien Carlos debe más es a Sidar Cisneros Leiva. La Hora Nacional fue la rendija por donde filtró sus primeras creaciones. Siendo un mozalbete Sidar lo empujaba a que participara en su programa. La Alforja campesina jugó un papel importante, gustó al director de Radiodifusora Nacional, quien además le aconsejó y animó a convertirse en el heredero y continuador de Camilo Zapata. No en balde Sidar fue el primero en imprimir un disco de Camilo, precedido con su presentación. De ese entonces son Tu lunar, Violento verano y Cuando cae la brisa, que muestran a un Carlos desconocido hasta ahora, al que los melómanos deben redescubrir.

El son nuestro de cada día mantiene viva la música nacional. Con una visión más amplia y una sensibilidad depurada, Carlos incorpora en su programa todo el sustrato de nuestra historia. Coplas, dichos y refranes, recetas de cocina, villancicos, fábulas, biografías, cuentos y consejos, se alternan con lo más preciado de la música nacional. A Carlos se debe La República de los Pájaros (Dic. 2007), un vasto mural donde enaltece a veintidós compositores de renombre. Desde José de la Cruz Mena, pasando por Camilo Zapata, Justo Santos, Erwin Krüger, Tino López Guerra, Rafael Gastón Pérez, hasta Hernaldo Zúñiga, Salvador Cardenal Barquero, Ofilio Picón y Mario Montenegro. Encargó a su hermano Armando dibujara los pájaros, que en el texto cobran vida propia.

Durante los últimos años Nicaragua, Nicaragüita... ha sido considerada por propios y extraños, como una especie de himno patriótico. Ajeno a toda presuntuosidad, Carlos Mejía Godoy más bien afirma que ese honor le corresponde a Justo Santos, “autor del segundo himno de la Patria: La Moralimplia”. El 19 de enero de 2009, Carlos ingresó como Miembro Correspondiente de la Academia Nicaragüense de la Lengua. Mi coterráneo, el chontaleño Róger Matus Lazo hizo el panegírico exaltando la presencia del habla nicaragüense en la creación musical de Carlos Mejía Godoy. Un estudio concienzudo, meritorio y oportuno. La Academia Nicaragüense de la Lengua, con su incorporación, ratifica su vocación por alojar en su seno a los más altos exponentes del arte nacional.

Carlos está de vuelta en su viejo alero de la Corporación, sitio desde donde un día alzó vuelo. El Son nuestro de cada día, en sus dos audiciones, (5:30 a. m. y 12:30 p.m.), es su reencuentro con la radioemisora que le abrió las puertas a la fama, y lo vincula con los millares de nicaragüenses que lo aprecian como el compositor y recopilador más valioso de la música nacional. ¡El más alto representativo de nuestra música testimonial!