16 feb 2009

El habla nicaragüense en la creación musical de Carlos Mejía Godoy

(Discurso de bienvenida, por su ingreso a la Academia Nicaragüense de la Lengua como miembro correspondiente, a Carlos Mejía Godoy)
Róger Matus Lazo

Aunque lo conocía de cerca por sus canciones que armaban alboroto en el corazón de las multitudes, no fue sino hasta 1975 cuando tuve trato personal con Carlos Mejía Godoy. Fue en mi pueblo natal, San Pedro de Lóvago, un pequeño paraíso de mujeres bellas y gente humilde y honrada, enclavado en el corazón de Chontales. Hasta allá llegó Carlos para entrevistarme sobre un tema que le sigue dando vueltas y revueltas en el guacal de la cabeza: el habla nicaragüense. Yo acababa de publicar mi primer libro sobre el habla del ganadero chontaleño y don Pablo Antonio Cuadra, a quien le había enviado un ejemplar, lo había dado a conocer con gran despliegue en La Prensa Literaria.

El interés de Carlos, sobre todo, era grabar para retransmitir en su programa dominical de Radio Corporación algunas “descripciones” del habla del ganadero chontaleño registradas en el libro; por ejemplo: “Cómo castrar un toro”, “Cómo escogen el nombre propio a una vaca”, “Una fiesta patronal”, “Una fierra”, “Un rodeo”, “Un caballo campisto”… Así pude disfrutar, pocos días después y en la propia voz de Carlos, las expresiones espontáneas del chontaleño que adquirían con el tono y la picardía del cantautor toda la fuerza y la expresividad del habla de aquellas gentes.

Dice un lingüista sueco, Bertil Malmberg, que la lengua es la persona. No se puede conocer a la persona si no se conoce su lengua. Por eso, muchos investigadores del habla nicaragüense --nacionales y extranjeros-- han realizado importantes estudios sobre nuestra manera de decir las cosas como las decimos y como mejor nos parece que las decimos, es decir, con las palabras y expresiones que nos sirven mejor para expresar y sobre todo representar una realidad que está en lucha con el hombre y con la vida.

En Nicaragua, muchos estudiosos de nuestra habla han incursionado en investigaciones varias, desde Juan Eligio de la Rocha (1859) – el primer investigador de nuestras lenguas indígenas y el primer gramático nicaragüense- hasta la doctora María Auxiliadora Rosales Solís con su Atlas lingüístico (2008), una obra pionera que describe científicamente cómo pronunciamos el español en Nicaragua.

Y hay también escritores –poetas y sobre todo narradores- que no estudian la lengua como expresión viva de una colectividad, sino que se imponen la faena de escribir sus obras en las que tratan de recrear hechos y vivencias del pueblo, poniendo en boca de sus personajes esa habla y esa manera de ser que los identifica y define en sus costumbres y creencias y valores.

Porque no hay que olvidar que la cultura popular ha sido la base del resto de nuestra cultura, y que ha sido la gente de los pueblos, a pesar de esa condición de iletradas con que se les suele etiquetar, las que se han afanado en conservar todo ese patrimonio en su memoria y se han encargado de pasarlo de boca en boca, de generación en generación, hasta entregarnos con sus modos de vida, sus costumbres y su lengua un verdadero acervo cultural.

Es evidente que las canciones no son lo mismo que la literatura. Los modos de recepción y la naturaleza misma de ambos discursos son diferentes. El ámbito cultural en el que se inscriben es, asimismo, distinto. Modernos estudios consideran la canción popular como un vehículo importantísimo de cultura, cuyo análisis permite arrojar luces acerca de fenómenos identitarios, psicosociales, políticos, antropológicos, estéticos y lingüísticos de la sociedad en que surgen. En el cancionero es posible encontrar fragmentos alternativos de historia cotidiana, identificar elementos significativos del imaginario colectivo, y hasta rescatar textos y expresiones populares.

Éste es el aspecto que nos interesa por ahora destacar en Carlos Mejía Godoy: el habla nicaragüense en su creación musical. Porque, consciente de la importancia y valor del uso del habla del pueblo, Carlos recurre a este expediente insustituible para exteriorizar las interioridades de una colectividad, poniendo en boca de sus personajes el habla descarnada de nuestro pueblo, que aprende la lengua a su modo: afirma sus gustos y preferencias, selecciona según su criterio y recurre a las formas que mejor se acomodan a sus posibilidades expresivas. Rasgos de una oralidad que, lejos de censurarse con criterios normativos, merece todo el respeto como expresión auténtica de una cultura, la cultura popular.

“Quiero empezar explicando que no soy filólogo, ni erudito en cosas de la lengua”, nos cuenta Carlos. “Simplemente, soy un profundo enamorado del habla popular nicaragüense”, continúa. Y luego, como quien no quiere la cosa, agrega: “Y a lo único que me he atrevido es a insertar en los versos de mis canciones: palabras, modismos, refranes… es decir toda la magia verbal que he recogido en estos treinta y cinco años de trova y juglería popular a lo largo y ancho de mi Nicaragua”.

Una declaración de principios que tiene su razón de ser en una fecunda y versátil creación musical, un recorrido asombroso todavía no superado por ninguno de nuestros mejores compositores: desde “Alforja campesina”, el son nica inaugural y su primer galardón artístico en el Colegio “Calasanz”, cuando apenas frisaba los dieciocho años, hasta la más reciente composición “La Nicaragua linda”, una balada inédita que se junta con el son nica. Pero entre una y otra, hay más de cuarenta años de prodigio musical; porque valses, polkas, corridos, pasillos, rancheras, habaneras, mazurcas, sones de pascua, sones de toros y muchos otros ritmos han recorrido los caminos de Nicaragua y el mundo, y han entrado en los hogares y han llenado las calles y parques, y han remontado el vuelo de la gloria.

Sus personajes - reales o inventados - lo atestiguan, sobre todo aquellos a quienes pinta y repinta con el color de la tierra y los menciona con designaciones cariñosas, eufemísticas o afectivas: La Maruca, Lencho y Mincho (en Navidad en Libertad), la Tula Cuecho, Tata Bucho, Chinto Jiñocuago, Panchito Escombros y Quincho Barrilete (en las canciones homónimas), Mingo (en María de los Guardias), Chu Zabaleta y la Colacha (en La guitarra y la mujer), Chepe Pavón (en El Cristo de Palacagüina), Pancho Cajina y La Pilucha Bonilla (en Panchito Escombros), Licho Mondragón (en La quebradita), la Tencha Alanís y la María Teté (en Antojitos nicaragüenses), Chepe Salmerón y Mundo Sandoval (en Comadre, téngame al niño), Chico Toval (en Que viva Managua), Mercho Moraga y la Nacha Bustillo (en El chiripazo), la Conchita Pravia (en Cuando la Marucha llegó al Cielo), don Nelo (en La hacienda de don Nelo), Chente Urroz (en Fulgencio el Carretero) y la Moncha (en Beatriz la meretriz).

Su doble vertiente artística --la culta y la popular-- se funden en un solo canto, pero con la lengua del pueblo, que es la que ha aprendido de las gentes de todos los caminos de Nicaragua y es también su lengua habitual y su auténtico modo de decir. Pero su garganta, que se nutre de esos hallazgos espontáneos del habla nicaragüense, prefiere primero partir de la raíz, de la voz indígena. Porque la lengua materna de la primera generación de mestizos era la materna, la lengua madre –la de la madre- la lengua de sus madres, la madre indígena, la lengua indígena. Así encontramos en las canciones de Carlos voces del maya (como chele), del ulwa (como cavanga) y del mangue (como ñeque).

Pero es el náhuatl su verdadera fuente nutriz. Y la primera palabra que anotamos es pepenar, un verbo que los conquistadores se apuraron por aprender para poder designar la acción de recoger frutos y cosas menudas; los adjetivos alaste, celeque, chingo y jayán, esa voz que compartimos con los salvadoreños; y sobre todo los sustantivos huacal, cotona, comal, molote, chinamo, pinol, jilinjoche, maritates, tayacán, talalate, pacha, chigüín, una chicharra llamada chiquirín y tapesco, ese vocablo que aparece muy bien plantado en el hijo adoptivo de la Carmen Aseada:

Por Cristo que sos mi mamita y esto de agorita no puede salir
Acostate hijo en el tapesco tranquilo y el resto dejámelo a mí (La Carmen Aseada)

No hay lengua que tenga voces para todo y por eso Carlos recurre al préstamo lingüístico para llenar una necesidad idiomática o matizar semánticamente un vocablo como este que empleamos a cada rato y que tiene su lugar en La Tula Cuecho:

Si está inspirada de una sentada/Destruye la honra del más haylaif (La Tula Cuecho)

O voces del deporte como tubey y jonrón, peleas como clinche, la metiche Gringolandia, el chequearse que decimos desde que amanece, el omnipresente cachimberboy y estos dos en Beatriz la Meretriz:

Will Potoy, Miami-boy/Acaba de venir de la Yunai (Beatriz la Meretriz)

Otro recurso importante de Carlos es el empleo de palabras anticuadas en lugar de otras de uso contemporáneo. Son arcaísmos que reviven usos desaparecidos de la lengua común, para lograr efectos de enriquecimiento lexical o describir ambientes rurales o recrear épocas pasadas o caracterizar personajes populares:

Venía cantando/No sé qué tonada cuando yo la vide (Cuando yo la vide)

O el adverbio agora, en lugar de ahora:
Por Cristo que sos mi mamita y esto de agorita no puede salir (La Carmen Aseada)

O el adverbio enantes, en lugar de antes:
Enantes perdí la inocencia/Por las inquirencias del teniente Cosme (María de los guardias)

Figuran también americanismos de uso corriente en el habla popular nicaragüense como ruletero, macanudo, chúcaro y tata; y centroamericanismos como fajarse, guaro, bolo, caite y este bayunco de la Tula Cuecho:

…que tenés la maña de hacerle caritas a cualquier bayunco… (La Tula Cuecho)

Y no faltan voces ya muy poco empleadas como descoger; o palabras que van desapareciendo como alistado y carrilera; o términos del malespín como pofi; u onomatopeyas como la expresiva rifi-rafa; o vocablos que designan defectos o imperfecciones como ñajo, chueco y estos tres que van en fila:

Así pispireto, mancuncho y corneto/Me quiero casar (Antojitos nicaragüenses)

El lenguaje --como la vida misma-- está constantemente haciéndose y rehaciéndose en un proceso dinámico de renovación y cambio.

Porque una lengua no es algo ya hecho, un producto estático y acabado, sino un conjunto de “modos de hacer”. Y es que los hablantes, en su enfrentamiento con la realidad cotidiana, requieren a veces designar objetos, hechos, etc. Es decir, “realidades” que necesitan ser designadas porque son nuevas o porque se han ido matizando de nuevas significaciones De modo que no sólo la creación de nuevas cosas da lugar a nuevas palabras, sino que también el surgimiento de nuevas necesidades expresivas entre los hablantes, quienes colorean las mismas palabras existentes en la lengua con matices generalmente cargados de afectividad, que es –como afirma Vicente García de Diego- “creadora y rectora del lenguaje y de la vida”.

El cambio que experimenta un término es, como afirma Dubois, “la característica más importante del lenguaje”. Y el nicaragüense, como sabemos, es un gran creador de palabras y expresiones urgido siempre de nuevos significados, y un especialista en resemantizar vocablos y ampliar los sentidos para ajustar matices y recrear posibilidades expresivas; un recurso lógico y utilísimo en la lengua como instrumento de comunicación en toda la extensión del dominio lingüístico, y un procedimiento eficaz para su enriquecimiento y desarrollo.

Por eso nos llama la atención el empleo de voces con un nuevo contenido semántico como chiripa, que hemos usado como un golpe de suerte y que nuestro cantautor le asigna un nuevo significado. Y todo porque la Juana María salió embarazada por pura chiripa. Oigamos a Carlos:

Ya está con achaques y con vascas secas la Juana María
Ya tiene pelones los mangos celeques y los marañones
Desde que le viene creciendo y creciendo la enorme chiripa (El chiripazo)

Encalichado es un adjetivo, a nuestro entender, que tiene dos acepciones: uno, que anda con algunos tragos entre pecho y espalda, y dos, rellenos de los enladrillados. De aquí toma Carlos la base para el nuevo significado que emplea en la “Comunión”, de la Misa Campesina:

Los pescaditos del lago/Nos quieren acompañar/Y brincan a todos lados/Como encalichados/de fraternidad (Comunión de la Misa Campesina)

La lengua culta responde más al criterio de unidad hispánica, y se somete con mayor disciplina a las normas que aseguran esa unidad. Pero la lengua popular y familiar tiene un color local y es más vivaz y espontánea, pero sobre todo viva y por eso afectiva: está íntimamente ligada a nuestras emociones y voliciones, ansiedades y temores. ¿Cómo Carlos recoge del pueblo esas emociones y las expresa en su canto? Oigámoslo en Cuando yo la vide:

Todo tembeleque/Vi de refilón su linda pantorrilla/Quedé cecereque/Con el movimiento de su rabadilla.


Y es que para expresar los hechos, muchas veces deforma las ideas y las palabras para acomodarlas a sus propias necesidades de expresión:

Cuando yo la vide Dios mío qué embrollo/Sentía el pellejo como carne-pollo

Y Carlos recurre a la exageración, una característica del hablante nicaragüense, en un afán de impresionar al interlocutor, de impactar su sensibilidad, de encender su imaginación como impulso creador de nuestra lengua:

Al tenerla cerca me puse zurumbo/Palabra de honor que se me jueron los pulsos.


El susto, la sorpresa, el miedo, la ternura... los distintos estados de ánimo suelen reflejarse en el lenguaje, con los casi infinitos matices de la entonación, la gradación vocálica y la repetición de palabras y frases:

Yo quise decirle:/Te llevo morena a los santos altares/Pero fue imposible/Pues me charchaleaban todos los hijares/. (Cuando yo la vide)
Después del terremoto de 1972, Carlos Mejía Godoy fundó el “Taller de Sonido Popular” junto con Humberto Quintanilla, Milciades Herrera, Enrique Duarte, Silvio Linarte y Pablo Martínez Téllez (El Guadalupano); luego, se integró a las “Brigada de Salvación del Canto Nacional”, en un esfuerzo por el rescate interpretativo de muchas piezas folclóricas, una de las aportaciones más importantes –como afirma Jorge Eduardo Arellano- de la extraordinaria labor musical de Carlos Mejía Godoy, “el más fecundo de los compositores nicaragüenses durante la segunda mitad del siglo XX y nuestro cantautor de mayor proyección popular e internacional”.

De esa época data una de las mejores canciones de nuestro folclor, por su carácter anónimo, tradicional y espontáneo. Nos referimos a Son tus perjúmenes, mujer, rescatada por “Los Bisturices Armónicos”, ese grupo musical que integraron tres prestigiados médicos: César A. Ramírez Fajardo, César Zepeda Monterrey y Wilfredo Álvarez. Pero fue con Carlos con quien la pieza adquirió verdadera difusión nacional e internacional. Así supieron en España lo que es el soripello y el sulivello:

Tus labios, tus labios pétalos en jlor,/Como me soripellan (Son tus perjúmenes mujer)
Son tus perjúmenes mujer,/Los que me sulivellan (Son tus perjúmenes mujer)

Ángel Rosenblat nos recuerda que Rufino José Cuervo (1844-1911) señalaba en Bogotá el término perfumen y que encontró en una edición española de 1704 el plural perfúmenes. Nuestros campesinos dicen perjúmenes. Se trata de un cambio de sonido “f” por “j”, fenómeno común en el habla popular de Nicaragua, como el adjetivo juerano (foráneo), el adverbio ajuera (afuera) o el verbo ajueriar, que no es otra cosa que ir a hacer las necesidades fisiológicas en una burra de monte o detrás de unas matas de chagüite.

Pero esto de perjúmenes se me parece un poco a infórmenes, que se documenta también en otros países hispanoamericanos, como Venezuela. Rosenblat, en sus Estudios sobre el habla de Venezuela, nos refiere una anécdota. Resulta que a un poeta humorístico de fines del siglo XIX, Alejandro Romanece, lo acusaban de ser autor de una hoja anónima. El Gobernador de Carabobo lo convocó a su despacho:

-Tengo infórmenes de que usted escribió el anónimo.
-Esos son chísmenes, General.

Resulta agotadora la tarea de inventariar todos los nicaragüensismos y aquí nos limitaremos solamente a mencionar el sustantivo rafaila:

Batime un pinol Micaila /Porque a vos te gusta /Mover la rafaila (Batiendo pinol)

El verbo carriliar:
Por pura chiripa sin querer queriendo la fui carriliando (El chiripazo)

Y el adjetivo timbuco:
La Carmen cuidaba al timbuco / le daba bejucos y raíces de amor /Quería que el chigüín la amara/ cuando él arrimara/ a los quince de edad (La Carmen Aseada)

Para mencionarlas y sobre todo distinguirlas, el ganadero chontaleño acostumbra poner a sus vacas un nombre propio. Y para ello, cuenta con varios recursos. Cuando la vaca pare por primera vez, la conducen al corral con la cría y allí la “bautizan”, como dicen ellos. El nombre va a responder o a reflejar una característica sobresaliente en la res: La Bondadosa (si es mansa), La Cucaracha (si es baja), La Frontina (si tiene una manchita blanca en la frente), La Cabra (si tiene los cuernos hacia arriba), etc. Pero oigamos los nombres de las vacas de la hacienda de don Nelo:

La Blanca Reina, La Negra Lora, La Hermosa Dama, La Guitarrona, La Nagua Chinga, La Cachito Izquierdo, La Come Guangoche, La Revienta Pial, La Tres Pedos, La Calzón Flojo, La Güegüenchona, La Culo Loco, La que Hace Jí, La Siete Pañuelos, La Pasaste a Creer, La Sentate Bien y La Volveme a Ver de Lado. (La hacienda de don Nelo)

Se necesita, como dicen los campistos chontaleños, ser caballo juelguero para tener tanto juelgo en el pecho retenido. Por eso, esta noche – y con la humildad que me caracteriza- quiero decirles a todos ustedes que no es que me importe:

“… meterme en tu vida, pero me di cuenta que ya la barriga te viene creciendo desde que Rosendo te jugó maraña, que tenés la maña de hacerle caritas a cualquier bayunco y que hasta el cusuco de la sastrería te hizo ya el mandado hace varios días, que sos la más zángana de Zaragoza, que me parta un rayo si es falsa la cosa, pues me han confirmado que sos pispireta, que tenés dos niños de Chico Chancleta, que a don Seferino le robaste un radio, que fuiste mujer de Lorenzo y Eladio y mejor no sigo mencionando jaños, pues la agitación sólo produce daño y con esto basta para todo el año.” (La Tula Cuecho)

Bienvenido, Carlos, a esta Casa que lo recibe con honores. Recibamos, amigas y amigos, a este “trovador moderno –como dice nuestro Director - que hoy continúa vivo y constituye uno de los baluartes humanos de nuestra identidad”.

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