14 jun 2008

Y EL VERBO SE HIZO CANTO - Historia de mis canciones

Por Carlos Mejía Godoy

(Capítulo I )

SOMOTO

Cuando me asomé al pueblo, después de una lluvia que duró muchas horas, Somoto parecia un “chavalo de rio”: fresco, sonriente y pícaro.Con el alma lavadita y el corazón, como un chilote nuevo.

Me situé en la esquina de mi casa. Serio, como un caballito de fotógrafo de feria, para conocer los nombres de mis referentes naturales. Viendo hacia el sur, se yergue –oronda y majestuosa- la montaña azul. Ella es una matrona para todos los somoteños. A pesar de que en sus faldas se aliñan varias poblaciones: La Sabana, San Lucas, Santa Isabel, San José de Cusmapa,
no ha perdido ese halo de misterio que la envuelve desde siempre. Incluso, no falta más de alguien que asegura con
acento apocalíptico: “Algún día estallará en agua”.

Si me empino, desde el balcón de la casa de la Tía Evelina, puedo ver a mi derecha el Cerro de la Cruz, que escalé con Rudy Selva a los ocho años. Volviéndome hacia el Norte, se divisan –claritas- las Mesas de Alcayán.
Girando hacia la derecha, el Cerrito Inglés. Y, desde la esquina de Don Celestino Quintana, con su soberbia estampa, el Cerro Picudo. Lo recuerdo desde entonces: cundidito de cedros, jiñocuagos y madriales.

Lamentablemente, ahora que pasó Somoto a la categoría
de trópico seco, todo aquel maravilloso entorno que en los días de mi infancia era un poema de vida y verdor, con el despale criminal luce tan pelado como “talón de guatusa”. Por eso no me extraña que Chito Matamoros, con su eterno humor afirma: “Antes mis vaquitas daban leche. Ahora dan lástima”

Y no es exageración. Y así lo afirmo en mis entrevistas. Cuando yo era un chigüincito, no recuerdo haber visto
pasar entierros por mi casa. Somoto era tan fresco y sano que la gente no se moría. De manera que, cuando se inauguró el Cementerio de Chapalí, tuvimos que mandar a traer un muerto a Ocotal.

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