“Hice cuanto pude para mantener a Carlos
fiel a la bandera rojinegra”
Tomás Borge
Lima, 9 de julio del 2008
Edwin Sánchez, amigo:
Cuando Carlos Sansores, un mexicano con quien tuve una amistosa relación antes de la victoria de la Revolución Sandinista, escuchó a Carlos Mejía y a los de Palacagüina, comentó: “con canciones como éstas, es imposible no hacer una Revolución”. Yo le respondí: “con una Revolución como la que está a punto de la victoria, son inevitables estas melodías”.
Ni Carlos Mejía, ni los cantores de la gesta Sandinista, ni los mejores y más encendidos discursos, se aprovecharon de la sangre de los sacrificados. Ese caudaloso río inspiró al pueblo a mantener en alto el puño de la pelea y a los dirigentes a conservar intacto el coraje y la firmeza de la conducción. Algunos fueron correos de los clandestinos y arriesgaron su vida como Gioconda, Carlos y muchos otros ciudadanos (la lista es interminable aunque casi ninguno de ellos fue famoso). Todos estuvieron muy cercanos de la obsesión homicida de la guardia somocista. Recuerdo con gratitud y admiración a centenares de familias que, aún conscientes del riesgo de ser asesinados, ofrecieron sus hogares con sencillez y renuncia total a todo reconocimiento posterior.
Algunos políticos conocidos: liberales, conservadores, socialcristianos, también fueron colaboradores activos. Hubo médicos como Plutarco Anduray, diputados como Julio Molina, gente de alto nivel como Manuel Coronel. Personas como Paco Fiallos, quien me visitó en la casa de seguridad de Rosario Murillo (si este último hubiese sido asesinado en ese menester, habría tenido una muerte más gloriosa de la que tuvo o tendrá). La lista es tan larga como el diccionario consultado para tus excelentes artículos. El poeta José Coronel Urtecho visitó ni más ni menos que a Carlos Fonseca.
Estas personas conocidas corrían menos riesgos que los anónimos hombres y mujeres del pueblo. Me produce una ternura, a prueba de amnesias, traer a la memoria la alegría y el miedo en el rostro de quienes nos daban refugio, cuando llegábamos a medianoche a reclinar la cabeza con la pistola debajo de la almohada. Desde luego, los dirigentes tenían un seguro de muerte si eran descubiertos y si hubo algunas excepciones fue, de verdad, obra de las circunstancias o de algún milagro. Estos excelentes bailarines, la mayor parte de los cuales murieron o estuvieron cerca, hicieron posible con su valentía y talento, la victoria de una organización que todavía existe y se llama y llamará Frente Sandinista de Liberación Nacional.
Algunos de los que escaparon hacia otras opciones políticas, también arriesgaron el pellejo y ese mérito forma parte de su historia personal. No hay duda de que entre los cantores –Luís Enrique, el Guadalupano, Otto de la Rocha y otros- el más inspirado, el mejor fue Carlos Mejía Godoy. En efecto: el canto revolucionario está hecho a imagen y semejanza de la nicaragüita de todos, incluyendo mi FSLN. El de centenares de miles de sandinistas. Vos lo has dicho, estimado amigo. Yo hice cuanto me fue posible para mantener a Carlos Mejía fiel a la bandera rojinegra. Lástima.
Fraterno:
Tomas Borge
14 jul 2008
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